de Sabina Fiorenzi
Cuando el Tíber daba miedo.
Desde la antigüedad, el Tíber ha sido para los habitantes de Roma y sus alrededores «cruz y delicia». A la amenidad de sus orillas y a la placidez de las actividades que se podían realizar en ellas y en el agua, se contraponían periódicamente inundaciones aterradoras con consecuencias terribles en términos de pérdida de vidas humanas y actividades económicas.
El hecho de que hubiera una costumbre ante tales tragedias no disminuía ciertamente la magnitud de las calamidades, y desde siempre, estudiosos de diversos campos han analizado la situación y elaborado propuestas para encontrar una solución definitiva al problema de las catastróficas crecidas del Tíber. En la Roma antigua, por ejemplo, incluso Plinio el Viejo reflexiona sobre estos eventos y, en un pasaje de su Historia Natural, señala como causa de las inundaciones del río la falta de religiosidad de los romanos y como remedio, un mayor número de sacrificios para apaciguar a los dioses y evitar los castigos en forma de desastres naturales.
Dado que los recientes y lamentables eventos causados por los desbordamientos de ríos y arroyos han vuelto a poner tristemente de relieve el problema del cuidado y mantenimiento de los cursos de agua y del territorio en nuestro país, hemos pensado en proponer nuevamente a nuestros lectores una selección de obras que abordan el problema de las inundaciones del Tíber, realizada y comentada por tres colegas: Ada Corongiu, Antonietta Amicarelli Scalisi y Rita De Filippi. Este trabajo fue realizado para una exposición titulada Roma, la ciudad del agua, organizada en Casanatense en 1994. Muchos años han pasado desde entonces, pero creemos que la cuidadosa selección realizada en esa ocasión entre los libros antiguos de la biblioteca aún conserva toda la validez de las investigaciones bien hechas y exhaustivas sobre un tema.
Creemos firmemente que conservar y poner a disposición de todos los ciudadanos de hoy y de mañana la memoria histórica de los eventos, los problemas a ellos asociados, las reflexiones teóricas de las que surgieron y que generaron puede contribuir al crecimiento y mejora de la sociedad en su conjunto. Por este motivo se crearon las bibliotecas y los archivos, y para este fin, en nuestra opinión, deberían seguir existiendo.
Dedicamos este editorial en recuerdo de las víctimas de las recientes inundaciones en tantas, demasiadas regiones italianas.
Para introducir la parte del catálogo de esa exposición de ’94 que trata sobre las inundaciones del Tíber, hemos seleccionado en particular el comentario ilustrativo de cuatro obras, entre las muchas de fundamental importancia sobre el tema en cuestión, fruto de diferentes enfoques sobre el mismo problema: la primera de Francesco Maria Onorati: Apología … per la passonata fatta sopra il Tevere fuora di Porta del Popolo in difesa della strada Flaminia con la direzione del signor Cornelio Meyer famoso ingegnere olandese… Roma, 1698, en la que el autor elogia la realización del proyecto de saneamiento y contención del río por parte del ingeniero holandés Cornelis Meyer.
La segunda, del arquitecto Carlo Fontana: Discorso … sopra le cause delle inondationi del Tevere antiche e moderne à danno della città di Roma, e della insussistente passonata fatta avanti la villa di Papa Giulio III… Roma, 1696, en la que el célebre arquitecto cuestiona la validez de la «operación Meyer» a favor de su propio proyecto.
La tercera, el importante trabajo de los ingenieros Andrea Chiesa y Bernardo Gambarini: Delle cagioni e’ de rimedi delle inondazioni del Tevere. Della somma difficoltà d’introdurre una felice, e stabile navigazione da Ponte Nuovo sotto Perugia sino alla foce della Nera nel Tevere, e del modo di renderlo navigabile dentro Roma, 1746.
Y finalmente la cuarta y última, de Luigi Amadei: Progetto della deviazione del Tevere del generale Giuseppe Garibaldi… Nápoles, 1875, que se incluye en el gran número de propuestas nunca realizadas, pero que es útil tanto porque ilustra, por encargo de Garibaldi, el proyecto de desviación del Tíber ideado por el general, como porque también contiene la narración de los eventos político-administrativos que precedieron al inicio de la tan ansiada solución del problema del Tíber que ocurrió luego según el proyecto del ingeniero Raffaele Canevari, también ilustrado en la publicación.
Es evidente que estas notas sirven únicamente para introducir el tema y despertar la curiosidad del lector y el interés del estudioso: para profundizar, se remite al lista de obras y sus correspondientes fichas bibliográficas, pero sobre todo a los textos originales en ellos descritos, todos disponibles en la biblioteca.
Francesco Maria ONORATI
Apologia … per la passonata fatta sopra il Tevere fuora di Porta del Popolo in difesa della strada Flaminia con la direzione del signor Cornelio Meyer famoso ingegnere olandese... En Roma, Per il Bernabò, 1698. [8], 59 p. ill., 1 tav. ripieg. fol. (30 cm)
(coll. Misc. 205.11)
Después de dedicar esta Apología al cardenal Giovanni Francesco Albani, secretario de los Breves de Inocencio XI, así se dirige Onorati al lector: «La pasonada dirigida por el Sr. Cornelio Meyer, ingeniero holandés, ha tenido tantas oposiciones que mayor ha sido la molestia de superar estas que de hacer esa obra, pero finalmente, siendo reconocidas en los primeros Tribunales de la Corte como infundadas, la pasonada fue aprobada, y hoy felizmente ilesa e intacta a pesar de las muchas inundaciones del Tíber, que cuanto mayores han sido, tanto más la han corroborado con un total aterramiento desde el interior, y al haber estabilizado el cauce en taludes delante de ella, de modo que el espíritu, o sea el hilo de las aguas, fluye allí muy lejos del pie de la pasonada. He tenido el honor de presentar las razones a estos jueces supremos sugeridas por el Sr. Cornelio según sus nuevos principios de hacer pasonadas al estilo holandés, que en esas partes sostienen con un artificio incomparable sobre el lomo de las pasonadas el peso de todas las aguas de ese gran mar que baña a Holanda…».
Como se puede ver, se trata de una defensa, realizada con firmeza e ironía, contra los «Profesores» opositores de la obra realizada por Meyer en el Tíber, cerca de la villa de Julio III en la Vía Flaminia, donde una gran corrosión causada por una curvatura del cauce había «devorado» muchas viñas y amenazaba la hermosa vía consular. Onorati recorre la historia de los varios proyectos que desde el pontificado de Alejandro VII hasta el de Clemente X fueron presentados y rechazados debido a su ineficacia, como el del ferrarés Ippolito Negrisoli, o por el precio excesivo (80.000 escudos), como el del «caballero Bernini, fénix de nuestros tiempos». Hasta que en 1675, habiendo venido a Roma para el Año Santo, Meyer tuvo la oportunidad de confirmar la veracidad de su fama como ingeniero hidráulico presentando, a petición del Papa Clemente VII, un proyecto para resolver el mencionado problema de la corrosión del río cerca de la Flaminia, por un coste de 8.000 escudos, que convenció a la Sagrada Congregación de las Riberas y a la de Cuentas.
Pero en la ejecución, que tuvo lugar bajo Inocencio XI, «además de las dificultades naturales de contrarrestar con dos poderosísimos elementos agua y tierra, el ingeniero tuvo dificultades mucho mayores causadas por los emulos o los ignorantes…» que, con falsas noticias de colapsos o informes negativos sobre la efectividad de la empalizada, lograron varias veces suspender los fondos y, por lo tanto, las obras. Se destacaron en esto Agostino Martinelli, quien anteriormente había elogiado públicamente a Meyer y había copiado sus técnicas, y muchos otros arquitectos, sobre todo el famoso Carlo Fontana, que incluso quería demoler la obra: Onorati nos da un informe preciso de todas las disputas, proporciona los informes de gastos, describe la larga realización de la obra destacando sus méritos y su perfecta ejecución y utilidad, defiende al ingeniero Meyer de todas las acusaciones, elogiando «…su singular estudio y el de sus dos hijos: vigilando continuamente día y noche, expuestos a no pocos peligros, y particularmente habiendo caído varias veces el Ingeniero en el mismo Tíber vestido, donde una vez perdió un diamante de 300 escudos y un reloj de gran valor, y a estos peligros enfrentados se sumaron las inclemencias del aire al andar en verano e invierno por los campos buscando piedras, faginas y maderas, y para acelerar a los obreros…». Así, gracias a la incansable diligencia de Meyer, se completó la empalizada, fortificada por un gran bosque de sauces y muchos árboles de raíces firmes. Un edicto del 15 de marzo de 1679 cerró todas las controversias y decretó, contra todos los detractores y dañadores, la conservación de la obra y su intangibilidad. (Ada Corongiu)
Carlo FONTANA
Discorso … sopra le cause delle inondationi del Teuere antiche e moderne à danno della città di Roma, e della insussistente passonata fatta avanti la villa di Papa Giulio III. Per riparo della via Flaminia … En Roma, Nella Stamperia della Reu. Camera Apostolica, 1696. 35 p. 3 tav. ripieg. fol. (30 cm)
(coll. Vol. Misc. 219.9)
«La estima que tenían los romanos por nuestro Tíber fue tan grande, que su ceguera llegó a deificarlo …». Con estas palabras comienza el famoso arquitecto su discurso sobre el Tíber, que, sin embargo, está completamente dirigido a llegar a su verdadero objetivo: el ataque a la obra, mencionada en el título, de Cornelius Meyer, ingeniero holandés, como veremos más adelante. Fontana recuerda cómo los antiguos se preocuparon por la limpieza y el cuidado de su río: Augusto instituyó el cargo de Magistrado para el cuidado del Tíber y sus riberas; en tiempos de la República se ocuparon de ello censores y curadores, apoyados también por un magistrado para la supervisión de las Cloacas, que vigilaba que estas no vertieran en el río materiales que pudieran elevar su cauce y facilitar las inundaciones dada la anchura de este y la baja altura de las riberas. Decadido el poder de Roma, que también se había enriquecido con el comercio a lo largo de su río, y después de siglos de abandono, el estado del Tíber, tal como lo describe Fontana, es deplorable y casi totalmente comprometida su navegabilidad. Las principales causas de las inundaciones que indica son la cadena de puentes (desde Ponte Milvio fuera de Porta del Popolo, hasta Ponte S. Angelo, los restos del Ponte Trionfale (o Vaticano), el Ponte Sisto (o Gianicolense), el Ponte Cestio, el Ponte Palatino (o Rotto), el Ponte Sublicio después de la Marmorata, cerca de la Ripa y el desembarco de barcos); las riberas descuidadas y sobre todo la desigualdad del cauce, las empalizadas de los molineros, que con ellas desvían el curso del agua para aumentar y unir las corrientes para el servicio de sus molinos, los desechos que en la Penna y en toda la ciudad han elevado el lecho del río, y «… los males aumentados … debido a la pasonada descrita posteriormente …».
Y aquí Fontana finalmente toca el punto central de su discurso al hablar del origen e historia de esta obra realizada en el río. Aguas arriba de la ciudad se manifestó, en tiempos de Alejandro VII, una grave corrosión en la ribera izquierda del Tíber que, a la altura de la viña de la villa del Papa Julio III, ponía en grave peligro la vía Flaminia. Muerto Alejandro VII, el nuevo pontífice Clemente IX consultó a varios especialistas para encontrar los remedios adecuados y, por consejo de Giulio Cesare Nigrelli, fue convocado a Roma el ferrarés Ippolito Negrisoli, experto en las inundaciones del Po. Las tardías e inconsistentes propuestas de este valieron a Fontana el encargo de coadyuvarlo en la exacta delimitación del río. Al término de este levantamiento, el proyecto de Negrisoli fue rechazado y aprobado en cambio por Bernini y Agostino Martinelli el de Fontana, que también fue publicado a través de edictos. Pero el inicio del proyecto fue detenido por la muerte del pontífice. A su sucesor Clemente X, el cardenal Azzolini le presentó al holandés
Cornelio Meyer, quien según el autor supo ganarse el favor de los altos prelados haciéndoles creer que podía utilizar sistemas totalmente originales y económicos. El proyecto de Fontana, que consistía en un sistema de pasonadas con ángulos obtusos, con espigones y fortificaciones en la ribera opuesta a la corrosión, para encauzar la corriente, fue rechazado y el trabajo se le asignó a Meyer. Se entiende la frustración del arquitecto… El proyecto de Meyer, que se basaba en el hecho de que las corrosiones se debían a la presión diagonal que el agua ejercía desde la aluvión opuesta a la ribera corroída, preveía la construcción de un espigón al inicio de la curva y otros cuatro con un solo hilo de estacas hacia la aluvión para favorecer el flujo de las aguas hacia el centro del río, la excavación de un canal y la construcción de una gran empalizada en el río, el corte de grandes partes de terreno en la ribera opuesta para ensanchar el cauce.
Comenzados los trabajos en 1678, se desataron las críticas, tal vez de alguna manera justificadas, y todo tipo de boicot. En 1684, en un momento particularmente crítico, se le encargó una pericia a Fontana, quien aprovechó para descalificar completamente, como incluso contraproducente, el trabajo de Meyer que, según él, debía ser destruido, y para proponer nuevamente su proyecto de construcción de murallas. Pero una vez más, su proyecto quedó en papel y en 1699 se emitió un edicto para la conservación de la pasonada.
La publicación contiene los proyectos y la pericia de Fontana relacionados con este controvertido asunto y está acompañada por 3 hermosas láminas grabadas con los siguientes títulos: 1) El estado del río en tiempos de las corrosiones. Método propuesto como remedio; 2) Perfil del Tíber con pasonada; 3) Situación del Tíber en Ponte Molle.
Las pp. 31-35 contienen un «Discurso de monseñor ilustrísimo Vespignani sobre el Tíber y qué remedio podría darse para reducir en parte las inundaciones… (Ada Corongiu)
Andrea CHIESA – Bernardo GAMBARINI
Delle cagioni e’ de rimedi delle inondazioni del Tevere. Della somma difficoltà d’introdurre una felice, e stabile navigazione da Ponte Nuovo sotto Perugia sino alla foce della Nera nel Tevere, e del modo di renderlo navigabile dentro Roma. En Roma, Nella Stamperia di Antonio de’ Rossi, 1746. 119, [1] p. ill., 2 tav. ripieg. fol. (43 cm) (coll. C.IV.9)
En el prefacio anónimo de esta famosa obra se recuerda cómo Jacomo Castiglione enumera treinta y seis grandes inundaciones de Roma desde su fundación hasta 1598 y que muchas otras, graves, documentadas por diversas inscripciones esparcidas por la ciudad, han ocurrido desde entonces. Tras la enésima crecida del Tíber en 1742 y el habitual y triste saldo de muertes de personas y animales, ruinas por toda la ciudad y las inevitables disputas sobre las verdaderas causas del fenómeno, hacia finales del año siguiente el pontífice Benedicto XIV llamó a Roma a dos de sus coterráneos, los ingenieros boloñeses Andrea Chiesa y Bernardo Gambarini, para que esclarecieran la situación y propusieran eventuales soluciones: «…Y ellos, dedicándose prestamente a la obra, sin dejarse desanimar por la fatiga ni por el peligro de la insalubre atmósfera en la cálida temporada, la completaron en pocos meses, y luego la redujeron a Perfiles y mapas, y en dos Informes la declararon minuciosamente, uno de los cuales pertenece a la visita de las Chiane, y el otro al estado y alrededores del Tíber.» El interés del Papa también estaba dirigido a la navegación urbana y extraurbana del río, pero tanto para este problema como para el de las inundaciones, los informes de los dos ingenieros no dejaron muchas esperanzas, limitándose más bien a constatar las enormes dificultades y los costos insostenibles de obras que, si no inútiles, eran ciertamente solo paliativas.
El primer informe describe el minucioso sondeo del cauce y el reconocimiento de las riberas a lo largo de todo el curso del río. En él, la identificación de las principales causas de las inundaciones dentro de la ciudad es la misma que la de muchos otros autores y también «…los remedios para mantener más bajas las inundaciones y prevenir algunas, las menores…» son precisamente no resolutivos y no difieren de los del Bacci, de Castiglione y de tantos otros. Consisten en la remoción de los restos de los antiguos puentes Sublicio y Trionfale y de otros muros y estructuras derruidas en el agua; en trasladar las útiles molas de agua hacia aguas arriba, fuera de la ciudad, liberando el río de sus empalizadas tan perjudiciales para el libre flujo de la corriente; en liberar los puentes de todos los depósitos de tierra y otros materiales acumulados en torno a sus estructuras; en la remoción de una isla formada al inicio de los dos brazos que forman la isla Tiberina. Gambarini y Chiesa ofrecen muchas sugerencias para llevar a cabo estas operaciones, mientras que en las pp. 51-52 definen como «…puestos cerca del límite de lo imposible…» o «…de un costo excesivo…» intervenciones más consistentes como la creación de grandes diques (murallas), colectores para el agua de las alcantarillas, rectificaciones, es decir, enderezamientos de codos demasiado cerrados en el curso del río.
Está firmado solo por el ingeniero Gambarini el segundo informe, dedicado a las Chiane (bifurcación del río homónimo en Toscana antes de entrar en el Paglia y luego en el Tíber), tantas veces y por tantos autores consideradas una de las principales causas de las catastróficas crecidas del río fuera y dentro de Roma. El ingeniero boloñés sostiene y demuestra que los trabajos de drenaje en ese lugar, causa de tantas disputas entre Florencia y Roma, no han tenido efectos negativos y que el agua de las Chiane no puede ser, por lo tanto, la causa de las inundaciones del Tíber. Sobre el problema de la posibilidad de restablecer una navegación estable entre Perugia y la confluencia del Nera en el Tíber, el volumen contiene el informe de la visita realizada en esos lugares, por encargo de Clemente XII, por Giovanni Bottari y Eustachio Manfredi, quienes concluyen así: «…así que, al considerar bien lo que proponemos, en lugar de animar a emprender esta navegación, podría tal vez servir para abandonarla para siempre en el futuro las diligencias y la preocupación.»
Finalmente, un informe firmado solo por Chiesa trata sobre cómo hacer navegable el tramo urbano del Tíber entre Ripetta y Ripa Grande, que ya casi solo era recorrido por pequeñas embarcaciones. Se indican como causas que dificultan o imposibilitan la navegación la escasa altura del agua, la excesiva pendiente del cauce, numerosos obstáculos que lo llenan, como ruinas, empalizadas, y los molinos, especialmente los debajo del gueto y el cercano a Ponte Rotto. En conjunto, a pesar de los detallados remedios sugeridos, el autor no parece muy convencido de su eficacia y conveniencia económica. Por lo que hemos mencionado, parece evidente que tampoco las ideas de Gambarini y Chiesa lograron resolver nada del problema secular del Tíber, pero lo que hizo memorable su obra son las mediciones, realizadas por ellos con gran precisión y dedicación, de todo el curso del río y su representación. La publicación, ya embellecida con pequeñas ilustraciones de vistas de antigüedades romanas, está acompañada por dos grandes láminas plegables que proporcionan una descripción exacta del estado del río a mediados del siglo XVIII, con todo lo que hay en él, sobre él y a su lado.
La primera (167 x 73 cm), titulada «Plano del curso del Tíber y sus alrededores desde la desembocadura del Nera hasta el mar y perfil de nivelación del mismo…» también representa, en una escala mayor, las vistas y secciones de Ponte Felice, cerca de Magliano Sabina, Ponte Molle, Ponte S. Angelo, Ponte Sisto, Ponte Quattro Capi, la fachada de S. Bartolomeo en la Isla, la vista del Ponte Ferrato (Cestio).
La segunda (67 x 48 cm) se titula Curso del Tíber y sus alrededores en el tramo de la ciudad de Roma, y perfil de nivelación, y secciones, que comienza en el Puerto de Ripetta hasta el Puerto de Ripa Grande para examinar si es posible hacer navegable este río entre los mencionados puertos…
Además, en este ejemplar de la obra de Chiesa y Gambarini se encuentran, sin formar parte de la edición, dos otros grandes planos relacionados con las Chiane, delineados a mano y también de gran interés histórico-documental. El primero, en pergamino (89 x 59 cm), es a color con cartuchos y escudos dorados y lleva el título: Plano y perfil del estado de las aguas de las Chiane desde Ponte Valiano hasta Ponte di sotto, y desde allí hasta Muro Grosso, comparado con el realizado en los años 1663 y 1664, y actualizado al estado actual en los meses de mayo y junio de 1719 por nosotros Egidio Maria Bordoni, Ingeniero por la parte de S.S.ta Giovanni Franchi, Ingeniero por la parte de S.A. Re.
El segundo, en papel (150 x 53 cm), también a color, se titula Plano de las Chiane desde Valiano hasta el Bastione llamado al Campo alla Volta y desde allí hasta Muro Grosso, tomado de los planos realizados, y en 1719 por el fallecido Sr. Egidio Bordoni, y en 1724 por los Sres. Bonacursi y Facci, actualizado al estado actual encontrado en el mes de febrero del presente año MDCCXLIV. (Ada Corongiu)
Luigi AMADEI
Progetto della deviazione del Tevere del generale Giuseppe Garibaldi compilato da Luigi Amadei... Nápoles, Stabilimento Tipografico di Francesco Giannini, 1875 80, [6], 9, [1], 5 p. 28 cm
(coll. Vol. Misc. 2948.4)
La larga serie de libros sobre inundaciones descritos hasta ahora ha demostrado cómo el problema del Tíber, abordado por todos con pasión y con la intención de encontrar soluciones definitivas, nunca fue realmente resuelto, a pesar del declarado compromiso de tantos papas y de la administración capitolina. La presentación de esta obra del ingeniero Amadei, (coronel retirado del Genio, exprofesor de mecánica aplicada y exconsejero municipal y provincial de Roma) que se incluye en el gran número de propuestas nunca realizadas, es, sin embargo, útil tanto porque ilustra, por encargo de Garibaldi, el proyecto de desviación del Tíber ideado por el general, como porque también contiene la narración de los eventos político-administrativos que precedieron el inicio de la tan ansiada solución del problema del Tíber que ocurrió según el proyecto del ingeniero Raffaele Canevari, también ilustrado en la publicación.
Así narra la historia Amadei (p. 1 y ss.): «La extraordinaria crecida ocurrida el 28 de diciembre de 1870, que sumergió gran parte de Roma, levantó un clamor universal por los muchos daños que causó a la salud pública y a los intereses de la ciudadanía. Y yo mismo fui testigo, como uno de los Presidentes de la Comisión de socorro en esa triste circunstancia, de los daños y ruinas causados a la ciudad por la inundación, y especialmente a la clase pobre, que además de los embates de la miseria, tuvo que soportar también los más violentos embates de la crecida en sus miserables tugurios.» Esta calamidad atrajo la atención del Gobierno sobre la infeliz condición en la que se encontraba la capital de Italia; y se hizo sentir la urgencia de estudiar la importante cuestión del Tíber, es decir, de liberar a Roma de sus inundaciones. El Gobierno nombró una Comisión de ingenieros que «…después de un año de estudios, emitió un dictamen, del cual disentían los ingenieros Possenti y Armellini…».
En resumen, la Comisión aprobó el proyecto de Raffaele Canevari, considerándolo tal vez más costoso, pero también más seguro que el de Possenti. Dice Amadei que el proyecto de Canevari «…se resume en esto:
1° En la construcción de una plataforma en Ponte Milvio;
2° En el reforzamiento del Tíber, desde los sassi de S. Giuliano hasta la ciudad;
3° En la construcción de muros de ribera en el tramo urbano;
4° En darle al cauce un ancho de 100 metros entre las cimas de los muros;
5° En la supresión de uno de los brazos del Tíber en la Isla Tiberina;
6° En la adición de un arco al Ponte S. Angelo, y en la demolición del Ponte Rotto, que será sustituido por un nuevo puente;
7° En la remoción de los obstáculos existentes en el cauce;
8° En la construcción de dos colectores paralelos a las riberas;
9° En el reforzamiento de la ribera izquierda hasta debajo de S. Paolo.
Que mientras tanto se comience a principios de abril de 1872 con la eliminación de los obstáculos que encuentra el Tíber en Roma.»
Pero después de la aprobación general de este proyecto por parte del Ministerio de Obras Públicas y a pesar del plan de ejecución elaborado por la Oficina Técnica Municipal, que preveía un costo de 42 millones, todo se detuvo y «…la cuestión del Tíber… quedó en letargo, y quizás habría permanecido en un sueño profundo, si el General Garibaldi no hubiera venido a despertarla con esa generosa iniciativa con la que da vida a cada una de sus grandiosas ideas. Bastó esa chispa para inflamar la imaginación de todos aquellos que ven en la prosperidad de Roma el reflejo del bien de toda Italia… Mientras tanto, el General… encargó a algunos ingenieros, entre los cuales me honró también a mí, para estudiar sobre el terreno la implementación de su proyecto, y el mismo Gobierno se ofreció con el mismo fin. Simultáneamente encargó al honorable Depretis formar una Comisión para que examinara los diversos proyectos propuestos… El veredicto de esta Comisión, al no aprobar el proyecto de la desviación del Tíber, propuso el de la misma Comisión.» Es decir, el de Canevari.
En resumen, aunque fue rechazado, el proyecto del General Garibaldi (que preveía conducir el Tíber, desde las proximidades de la confluencia con el Aniene, fuera de la ciudad, para luego reconectarse, a mitad de camino entre S. Paolo y la desembocadura, al cauce natural, mientras que dentro de la ciudad el río seguiría su curso pero en un cauce restringido y rectificado) sirvió para aprobar finalmente el inicio concreto de los trabajos según el proyecto de Canevari con una ley de julio de 1875. Este último proyecto, bien considerado, identificaba las mismas causas y proponía, aunque con conocimientos y medios técnicos enormemente avanzados, las mismas soluciones que tantas veces se han leído en las numerosas obras sobre las inundaciones del Tíber aquí expuestas, es decir, «rectificaciones, murallas», puentes que destruir o ensanchar, riberas, desvíos, canales, colectores, modificaciones de la situación en la Isla Tiberina. Hemos visto que, en relación a esta última, el proyecto de Canevari preveía, con la eliminación de un brazo del río, su destrucción, algo que, gracias a la intervención de muchos arqueólogos y personalidades culturales, no ocurrió. Y es cierto que las enormes obras previstas por el ingeniero requirieron intervenciones enérgicas y destructivas, y que la rehabilitación de las riberas y la ampliación del cauce implicaron sin duda un gran cambio en el paisaje fluvial, así como la reconstrucción del puente Cestio, la casi total destrucción del Ponte Rotto, el relleno del magnífico Puerto de Ripetta, la creación de los lungotevere, etc. Pero también es innegable que el problema de las inundaciones del Tíber en la ciudad finalmente se resolvió, aunque con el sacrificio de muchos testimonios históricos de la Roma antigua y papalina. (Ada Corongiu)
Las imágenes que ilustran el editorial están tomadas de F.M. Bonini Il Tevere incatenato… Roma, 1623 y de La Capitale, a. 6 (ene-jun 1875)