Escritura secreta

Escrituras secretas y relaciones diplomáticas: despachos cifrados de la Curia Romana a Girolamo Casanate (1658-1663).

Durante el Renacimiento, con el florecimiento de los intercambios comerciales y el desarrollo de las relaciones diplomáticas entre Estados, se observa un renacimiento del interés por la criptografía. Es en este período cuando proteger los propios mensajes y, al mismo tiempo, interceptar y descifrar los de otros, se convierte en una necesidad imprescindible para las diversas cancillerías europeas, y entre ellas, por supuesto, la pontificia. La mención más antigua de la cifra en documentos pontificios data del tiempo de Inocencio VIII (1484-1492): el Papa invita al duque de Milán a escribir sus cartas con signos secretos conocidos solo por ellos dos. En una breve carta de 1493, Alejandro VI menciona haber recibido una carta cifrada del rey de España. Sin embargo, es con el pontificado de León X (1513-1521) que la correspondencia pontificia cifrada se desarrolla hasta el punto de requerir la creación de una oficina específica. Se menciona a un Giovanni Ciferator en los registros de Pío II (1458-1464), pero el primer Secretario papal de la cifra parece haber sido Trifone Bencio, cuya actividad está documentada entre 1555 y 1570. Con el pontificado de Gregorio XIII (1572-1585), el cargo fue asignado a Cristoforo Torentino. Le siguió Giambattista Argenti, a quien sucedió su sobrino Matteo. En la historia de la criptografía papal, los dos Argenti ocupan un lugar destacado. Ambos se dedicaron con extraordinaria pasión y competencia a su función, orgullosos de ocupar ese puesto de confianza y quizás por ello con la intención de pasar los secretos de su «arte» como herencia familiar. Ambos escribieron tratados de criptografía y coleccionaron y conservaron documentos cifrados y cifrarios de su época.