Hace algún tiempo, la Biblioteca recibió una solicitud de información sobre la presencia o ausencia de un grabado en una publicación del siglo XVIII. El reconocimiento del volumen misceláneo en cuestión arrojó un resultado positivo: sí, el grabado estaba presente. Pero, ¿de qué se trataba?
La obra se titula ‘Apologia pro P. Joanne Baptista Mezetto ordinis Servorum B.M.V. eiusque discipulo Jacobo Martino Modanesio elaborata per… Paulum Mariam Cardi Regiensem… Editio secunda…» y se publica en una colección titulada »Miscellanea di varie operette… Tomo settimo». En Venecia, appresso Tommaso Bettinelli all’insegna di S. Ignatio, 1743. (collocato in Casanatense: vol. misc. 1764)
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La señora que solicitaba la información (Lucia Armentano, una colega del Archivo Histórico Municipal de Carpi ahora jubilada) estaba realizando con gran entusiasmo una investigación sobre un pintor carpigiano, Antonio Montanari, conocido como Postetta. Durante su trabajo, se encontró con la historia del niño de Budrio y, como suele suceder durante las investigaciones, de eslabón en eslabón, se desvía del camino principal para llegar a pequeños descubrimientos o resultados completamente imprevistos o al menos inesperados.
No entraremos en detalles sobre la historia, porque las palabras de la propia Lucia Armentano lo harán mucho mejor que nosotros. Poco después, publicaba en la revista Voce: Settimanale di attualità, cultura e sport (2/2/17 a. XXIV, n. 4) en la Sección Storie e documenti, un interesante artículo titulado Quel bimbo prodigio che volle tornare fanciullo. Con la amable autorización de la autora, publicamos algunos extractos de este artículo, remitiendo a la revista Voce para el texto completo. El artículo revelará a nuestros lectores la verdadera [y triste] historia de Giacomo Martino Gibertoni, alias el niño de Budrio, así como sus conexiones con Antonio Montanari y la Biblioteca Casanatense.
«En 1782, el abogado Eustachio Cabassi (1730-1796), erudito carpigiano, coleccionista e investigador de antigüedades locales, fue elegido por tercera vez como prior de la Comunidad y, apenas instalado, propuso y obtuvo del Consejo la aprobación para que se pintaran cuatro retratos de los hombres más ilustres, en letras y armas, de nuestra Ciudad, para adornar la primera sala de la Residencia Pública. En 1791, nuevamente bajo un priorato de Cabassi, se encargaron otras telas con efigies de carpigianos ilustres que se habían destacado por sus virtudes. Sin embargo, frente a solo dos deliberaciones, como ha documentado Elena Melegari en su excelente tesis de grado, hubo varios mandatos de pago entre 1782 y 1783 a favor del pintor encargado del trabajo, el carpigiano Antonio Montanari, conocido como Postetta.
De este modesto pero imaginativo artista de provincia nos han llegado veinticuatro retratos, hoy conservados en los museos de la ciudad, uno de los cuales llama particularmente la atención, ya que celebra a un niño prodigio, Giacomo Martino Gibertoni, que vivió en la primera mitad del siglo XVII y es conocido como el Modenés, incluido por Girolamo Tiraboschi entre los escritores de los Estados estensi solo porque su raro ingenio merecía ser recordado.
En el cuadro, el jovencito lleva un traje señorial, con casaca y pantalones de color marrón claro, cuello y guantes blancos y lleva una espada al costado; la mano derecha descansa sobre un libro abierto con títulos en latín, mientras que a la izquierda, bajo un cortinaje gris, un cartel dice: «Con siete años defendió en Roma, en presencia de once cardenales, durante tres días, conclusiones de teología, filosofía, derecho, medicina y otras. 1647.» En la parte superior del lienzo, en color amarillo, se indican los datos del niño, con la precisión de que pertenecía a los Gibertoni de Fossoli, del distrito de Carpi. […]
[…] Poco después del nacimiento de Giacomo Martino, la familia se trasladó a Budrio y allí, en el invierno de 1643, el niño fue notado por el padre servita Giovanni Battista Mezzetti, quien intuyó su talento y pidió permiso a los padres para llevarlo con él a Bolonia para instruirlo. En el transcurso de cuatro años, es decir, desde los tres hasta los siete años, Mezzetti enseñó al niño latín, griego y quizás también hebreo o arameo, y lo instruyó en todas las ciencias más sublimes, con un resultado que superó con creces las expectativas.
Así se llegó a la exhibición pública y solemne, que tuvo lugar en Roma en la iglesia de San Marcelo el 9 de junio de 1647. Para la ocasión, se imprimió una hoja adornada con símbolos y figuras, entre las que se encontraba el retrato del niño prodigio, con las proposiciones sobre todo tipo de ciencia que se disponía a discutir. Al espectáculo acudió una gran multitud y cualquiera podía interrogar al niño y debatir con él, y para disipar las sospechas de engaño, los temas del debate se sorteaban.
El éxito fue extraordinario, tanto que el poeta y filósofo romano Gian Vittorio Rossi, que presenció el evento, lo dejó registrado como algo rarísimo y maravilloso, pero también añadió que el aplauso fue el único fruto que el padre Mezzetti y el niño obtuvieron de aquella exhibición. Partieron de Roma, maestro y alumno regresaron a Bolonia y luego nuevamente a Budrio. En junio de 1648, Giacomo Martino fue enviado al Convento de los Servitas de Bolonia con el objetivo de aumentar su formación, pero poco después «comenzó a mostrarse enemigo del estudio y del esfuerzo, y a dar señales de un espíritu disipado». Y nuevamente surgió la sospecha de que todo era obra del demonio, sospecha que ya había sido manifestada por algunos en el momento del debate en Roma, pero que fue descartada por las autoridades de la Santa Inquisición.
El padre Mezzetti, al ver desvanecerse sus esperanzas, se afligió hasta el punto de enloquecer: se retiró a la cima del campanario de su iglesia en Budrio decidido a no bajar, a menos que Giacomo Martino retomara el camino recto de los estudios. La protesta del anciano continuó durante algunos días, pero la mañana del 14 de julio se rindió y comenzó a bajar las escaleras, pero al hacerlo, ya sea porque tropezó o por alguna otra razón, cayó desde el primer peldaño hasta el suelo y murió al instante. Según otras versiones, sin embargo, el pobre padre servita, presa de una exaltación mística, intentó volar desde la cima del campanario para llegar al santuario de Loreto, sin lograr replicar el feliz desenlace de otros vuelos marchigianos.
El cardenal Giovanni Battista Pallotta, que había tomado a pecho la situación de Giacomo Martino, ordenó que el niño fuera llevado a las Marcas, al colegio de Caldarola. Pero aquí, lamentablemente, el niño prodigio no resistió mucho tiempo y, según algunos, murió en 1649, antes de cumplir los diez años; según otros, falleció en 1658.
Para Girolamo Tiraboschi, la muerte prematura del pequeño genio confirmaba lo que otros ya habían observado: «que comúnmente los niños que demasiado pronto comienzan a mostrar pruebas de ingenio extraordinario, o mueren de manera prematura, o al crecer se vuelven casi estúpidos e insensatos, como si ese fuera un esfuerzo que la naturaleza no puede sostener por mucho tiempo» […].
[…] Repasar esta historia también nos ha permitido descubrir otros retratos de Giacomo Martino, uno de los cuales podría haber sido utilizado como modelo por el pintor Antonio Montanari, una hipótesis que mi amiga Elena Melegari había planteado durante la elaboración de su tesis. Se trata de un grabado anónimo italiano del siglo XVIII, encontrado – por ahora – en dos ejemplares, en la Harvey Cushing/John Hay Whitney Medical Library de la Universidad de Yale y en la Biblioteca Casanatense de Roma. Las investigaciones continúan.»
La impresión es la ilustración contenida en la obra de la cual partimos al contar esta historia: la apología del padre Mezzetti, en la cual se narra toda la historia del buen padre servita y su genial y desafortunado discípulo Giacomo Martino, el niño de Budrio.